Daniel era un niño de unos diez años, y como todos los niños de su edad, era travieso, alegre, y le gustaba ir al colegio. Allí tenía a su mejor amigo Alex, con el que compartía la gran aficción del fútbol y los vídeo-juegos. Pero sobre todo, su gran pasión era coleccionar cajas. No importaban del tipo que fuesen, de cartón, de lata, de madera, grandes o pequeñas.
Lo que no le gustaba eran los besos. Pensaba que era una tontería, eso de hacer "mua" con la boca y sobre todo no le gustaban los besitos de su hermana pequeña, que cuando lo besaba, se quitaba el chupe y en su mejilla dejaba o bien un cerco de baba y sino de mermelada.
Como todos los días, a las ocho menos cuarto de la mañana, se levantaba ya preparado para ir al colegio, desayunaba y ya estaba listo para la gran tortura de todas las mañanas. Aguantar el beso de despedida de sus padres, de su abuelo y de su hermana.
El ponía su cara y la arrugaba como si los besos le quemaran, pero aún así, se dejaba besar. Una vez que salía de casa, con gran disimulo se limpiaba la cara con la mano, borrando todo rastro de los besos que le habían dado.
Su madre lo sabía, pero no por eso se daba por vencida.
_¿Papá, crees que algún día cambiará?- Le preguntó a su padre un poco entristecida.
_¡No lo dudes ni por un momento!_ Contestó el abuelo de Daniel_ ¡Tienes que tener un poco de paciencia!, ¡es la edad, está creciendo muy deprisa y se siente muy mayor!.
Daniel para ir al colegio, siempre tomaba un atajo y atravesaba un parque. Le gustaba esa hora de la mañana, y dar su paseo matutino antes de llegar a clase. A esa hora, se encontraba el parque recién regado, todo estaba en silencio, sólo se oían el canto de los pájaros y el ruido que hacían Bartolo y Tomás, los jardineros encargados de mantener el parque en perfecto estado.
_¡Daniel, buenos días!_ dijo Bartolo.
_¡Hola!_ contestó el niño, levantando la mano para saludar, y siguió su camino.
A unos cuantos metros, vio que en uno de los bancos próximos a él, había una anciana sentada. Estaba echando migas de pan a las palomas y trataba con mucho esfuerzo de coger un trozo de pan que se le había caído.
Daniel se apresuró a cogerlo y se lo entregó en la mano a la vez que se sentaba junto a ella.
_¡Gracias hijo!._Dijo la anciana con una voz suave y melodiosa cargada de amabilidad.
_No tiene importancia.
La anciana siguió tranquilamente desmigando el pan, como si tuviese todo el tiempo del mundo, y Daniel se limitó a ver a las palomas comer junto con algunos gorriones que se habían invitado al festín.
De observar a las palomas, pasó a mirar de reojo a la anciana. Tenía un aspecto muy peculiar. Iba vestida con un traje largo de un tejido precioso y muy ligero, de color azul cielo como sus ojos y un estampado de flores con pajaritos diminutos de muchísimos colores, parecía que la primavera se hubiese instalado en aquel maravilloso vestido, que daba a su rostro una serena alegría, haciendo que pareciese mucho más joven de lo que en realidad era, a pesar de su hermoso cabello blanco, al que tenía recogido en un gracioso moño, prendido con una gran pinza con perlitas blancas incrustadas en ella.
La anciana con una sonrisa dibujada en la cara miró a Daniel, y sacudiéndose las migas de pan de su vestido, volvió a sonar aquella agradable voz para decir:
_¡Bueno jovencito! tengo que marcharme, mis amigas las palomas ya han desayunado, así que yo también voy a hacer lo mismo.
_¿No es usted de por aquí verdad?
_No, solo estoy de paso. He venido a pasar unos días con mi nieta.
Y la señora, levantándose cogió su bolso y se despidió de él.
_¡Adiós! dijo Daniel, quedándose un poco más de tiempo distraído mirando a las palomas. Cuando miró su reloj eran ya las nueve menos cuarto. Jamás había llegado tarde al colegio. Apresuradamente se levantó y su mano tropezó con una caja. La cogió con prisas y buscó con su mirada a la anciana por todas partes, pero no la encontró. Metió la caja en su mochila y salió disparado como una flecha.
Su amigo Alex, cuando lo vio llegar corriendo, soltó una carcajada y dándole un codazo le preguntó:
_ ¿Qué te ha ocurrido hoy? ¡eh! ¿se te han pegado las sábanas ésta mañana?.
_¡No, no! sólo que me he distraído por el camino.
Una vez dentro de clase, Daniel no podía concentrarse en los estudios. Sólo podía pensar en el encuentro con aquella mujer tan curiosa y en la caja que tenía guardada en su mochila.
Pero a medida que transcurría la mañana, se fue olvidando, y más aún, en la hora del recreo, cuando iban perdiendo, jugando al fútbol contra el equipo de las chicas.
Al llegar a su casa enfurruñado, cogió su merienda y subió a su cuarto a estudiar.
Venía cargado de deberes que hacer y estudiar para un examen de Mates que tenía al día siguiente.
Se fue haciendo de noche, y su madre, viendo que no bajaba a cenar, le subió un vaso de leche y un sandwich de pollo. Depositando la bandeja en su mesa de estudios, le atusó el cabello y le dio un cariñoso beso en la cabeza. Daniel apenas lo percibió, pero supo que su madre lo había besado. Y ésta vez no se lo quitó como hacia siempre.
_¡No te acuestes tarde!
_No mamá.¡Hasta mañana!.
Se dispuso a meterse en la cama y apagó la luz, cuando de su mochila, comenzó a salir un pequeño destello de color rosa. Daniel sorprendido encendió la luz y el destello desapareció. La apago de nuevo y allí estaba el resplandor rosado. Sobresaltado, se dirigió a oscuras al lugar de donde procedía la luz, y se dio cuenta de que provenía de su mochila. La abrió y se encontró con la caja que estaba toda envuelta por una luminosidad rosa.
La tomó en sus manos y encendió la luz para poder examinarla con detenimiento._¡Cómo había podido olvidarse de ella! ¡era la caja más hermosa que nunca había tenido ante sus ojos!.
Parecía que estaba hecha de un material muy frágil. Como si fuese a romperse de un momento a otro. Sus laterales tenían pintados motivos muy delicados de florecitas de varios colores, y en la tapa, estaba el dibujo de una preciosa niña, que protegía a su vez entre sus manos con mucha ternura otra caja, donde con letras en relieve decía :"GUARDABESOS" .
Daniel levantó la tapa para ver que contenía su interior, y descubrió una pequeña mariposa de color rosa que brillaba en un rinconcito. ¡Se quedo maravillado!.
Le dio vueltas a la caja buscando algún mecanismo que hiciera que la caja se iluminase de aquella forma. Pero no encontró ningún orificio donde se pudiese conectar con un cable a la electricidad, ni tampoco ninguna llave para darle cuerda como en las cajitas de música, ni ningún hueco con tapa donde colocar pilas. ¡Sin lugar a dudas era una caja extraordinaria!.
Se metió en la cama y se quedó dormido con la caja entre las manos, alumbrando su carita como si de una linterna se tratara.
Al poco tiempo de quedarse dormido, comenzó a soñar . Y se encontró en pijama en medio de un camino que conducía a un jardín. Al llegar a él, tuvo que separar unas ramas de madreselva para poder acceder dentro. Una vez allí, vio que una niña, más o menos de su edad, con un vestido blanco muy vaporoso y adornado con pequeñas estrellitas plateadas, bailaba en el centro de un cenador muy espacioso. Hecho de piedra blanca y descubierto por ocho arcos adornados todos ellos por guirnaldas de rosas blancas. El techo en forma de bóveda construido por cientos de cristales de colores, que formaban una hermosa composición geométrica igual que cuando miras a través de un caleidoscopio.
En el fondo del cenador, había tres mujeres ataviadas con ricas túnicas y de rostros angelicales. Una de ellas, estaba sentada en un banco de piedra tocando un arpa de oro, y las otras dos de pie, una tocaba una flauta de plata y la otra un violín de nácar.
La niña al ver a Daniel, se dirigió hacía él con paso ligero y sonriendo le tendió las manos. Era la niña mas encantadora que Daniel había contemplado.
Su rostro ovalado de una blancura semejante al de la nieve, y con unos ojos tan verdes y profundos como el fondo del mar, y todo su rostro enmarcado por unos cabellos largos del color de las castañas maduras y perfumados por una coronita de flores que portaba sobre su cabeza.
_¡Baila conmigo!_ dijo la joven
_No sé bailar_ contestó el niño un poco avergonzado, no porque no supiese bailar, ¡que no sabía!, sino por lo ridículo que se encontraba en pijama.
_¡No importa !, tú dejaté llevar por la música que tocan mis hermanas.
Y la niña lo tomó de una mano y colocó la otra en su hombro. Al momento la música los envolvió y bailaron sin ninguna dificultad, como si hubiesen bailado juntos toda la vida.
Cuando acabaron, la niña cogió de la mano a Daniel y muy feliz le dijo:
_ Ven, te enseñaré mi jardín.
El hermoso jardín, estaba compuesto por miles de flores y árboles, todo dispuesto de una forma armoniosa rodeando un estanque, donde florecían los nenúfares blancos con sus grandes hojas verdes, que sostenían a las ranas que junto con los grillos entonaban su particular melodía.
Todos los lugares por donde pasaban estaban impregnados de fragancias, o bien por rosas, o por nardos, por el jazmín, por la dama de noche. Y los árboles grandes como el roble, la jacarandá, los almendros, que daban cobijo a las pequeñitas luciérnagas, que brillaban en los huecos de sus pequeños hogares. Y todo el hermoso jardín estaba bañado por la suave luz plateada de la luna llena con carita de niña.
_¿Vives aquí, en este fantástico lugar? _ preguntó el niño, sobrecogido por la belleza del jardín.
_Sí, contestó la niña con tristeza. Es un hermoso lugar, pero nunca viene nadie a verme._ Y diciendo esto, sintió en su hombro una mano suave y detrás de ella una bonita voz de una de sus hermanas que le decía:
_Tenemos que irnos, el amanecer llegará pronto. Despídete del niño humano._ Y la tomó de la mano tirando ligeramente de ella con suavidad.
_¡Espera, déjame despedirme de él!. ¡Gracias por haber bailado conmigo!. ¿Puedo darte un beso de despedida?, ¡ya no volveremos a vernos!.
Pero Daniel dudó unos segundos, y en esos preciosos segundos que perdió, la mujer se llevaba a la niña, y el jardín comenzó a difuminarse poco a poco, engulléndose en una niebla blanquecina. Lo último que pudo ver el niño antes de que desapareciera todo, fue la carita de la niña que miraba hacia atrás con sus grandes ojos verdes y la lagrima que caía de uno de ellos delatando la enorme tristeza que sentía.
Daniel se despertó de golpe, con una extraña sensación de inquietud en el pecho. Recordaba el rostro triste de la niña, y eso le hizo pensar _ ¿ Y su familia, sentiría la misma tristeza cada vez que él no aceptaba un beso?.
Cuando bajó a desayunar, a cada miembro de su familia fue poniéndole su mejilla para recibir un beso, y él lo mismo que los aceptaba también fue repartiéndolos.
_¿Qué mosca te ha picado esta mañana?_ preguntó su abuelo sorprendido.
_ ¡A mí ninguna!, ¿qué hay de malo en daros un beso?
_No nada, no hay nada de malo, al contrario. _ Dijo su abuelo sonriendo.
Y era verdad,no está tan mal eso de recibir y repartir besos, pensó Daniel también sonriendo.
Cuando se iba a marchar para el colegio, se acordó que se había dejado la mochila en su cuarto y subió a recogerla. Al abrir la puerta, no hizo falta ni siquiera encender la luz. Todo su cuarto estaba iluminado por muchos rayos de colores que procedían de la caja. La abrió, y de ella salieron mariposas brillantes cada una de un color, e hicieron un remolino al rededor de Daniel y con sus alas acariciaron suavemente las mejillas del niño, y entonces comprendió que había dos mariposas de color rosa, otra dorada y una plateada, y la última roja del color de la mermelada de fresa que comía su hermana.
Rió alegremente y ya supo lo que pasaba. ¡Las mariposas eran besos!.Los besos que había recibido la noche anterior de su madre y los de esta mañana. ¡Eran tan hermosas, que se sintió feliz, así sin más!
Cuando fue a cerrar la caja, todas las mariposas fueron entrando una a una, como hojas llevadas por una brisa de viento, y guardó aquel preciado tesoro en el cajón de su mesa, donde guardaba todas las cosas importantes.
Por la tarde Daniel y su hermana estaban jugando, cuando llamaron a la puerta. Al abrir se quedó boquiabierto cuando vio ante sus ojos a la anciana del parque. Se quedó un poquito inmóvil, sin saber qué hacer, ni qué decir.
Pero la anciana con su voz tranquila y sosegada habló por él.
_¡Hola Daniel! ¿Creo que tienes una cosa que me pertenece?.
_Sí _ contestó Daniel un poco apurado._ Intenté devolvérsela, pero no pude.
_Sí, lo sé. Pero no te preocupes, sé que mí caja ha estado en buenas manos. ¿Ahora por favor me la devuelves?
_¿Cómo ha sabido dónde vivo?.
_¡Muy fácil!, mí nieta está en tu colegio, en un curso superior, y me ha dado tú dirección.
_Espere por favor, voy a buscarla.
Cuando se la entregó, su cara reflejaba un poco de tristeza, le costaba tanto desprenderse de esa maravillosa caja, y sin pensar si quiera en lo que decía le preguntó:
_¿Es usted un hada?.
_No, Daniel, contestó la amable anciana sonriendo. Yo sólo soy una abuela a la que le gustan mucho los besos.
_¿Y si no lo es, cómo es que tiene una caja así? ¿y por qué antes de conocerla no me gustaban los besos? ¿y ahora dónde voy a guardar yo mis besos?.
_ ¿No te parece que son muchas preguntas de una vez? . Rió la señora, ¡pero voy a respondértelas todas!.
_Bueno, comenzó la anciana con mucha paciencia. _Esta caja me la trajo de Irlanda, una persona muy querida por mí, y nunca me he separado de ella, hasta hace unas horas, cuando la extravié en el parque, _y si a ti antes no te gustaban los besos, era porque jamás dejaste que hicieran su efecto, siempre tenias prisas por borrártelos de la cara, sin saber que los besos que quería darte tu madre, con ellos te quería demostrar todo el amor que siente por ti, son los besos más generosos que puede entregar una persona, sin pedir nunca nada a cambio. Tu padre con su beso, te da todo el ánimo posible para que afrontes con valentía todos los obstáculos que te puedas encontrar a lo largo del día. Y tu abuelo ¡te da toda su ternura sin guardarse ni una gota!, y ya los besitos de tu hermana son ¡pura alegría!.
_¿Y dónde vas a guardar tus besos?, ¿pues dónde va a ser ?. ¡Tu tienes una caja mucho más bonita que esta!
_¿Sí?, ¿y dónde está?.
Y la anciana con su dedo indice, señaló el pecho de Daniel.
_¡Aquí!¡ en tu corazón, ahí es donde se guardan los besos! A partir de ahora, cada vez que recibas uno, irán directamente ahí y harán que cada vez seas un poco más feliz. ¡Ah! y no te preocupes por los besos que te den y no sean sinceros, esos no entraran, se esfumaran en el viento.
_ ¿Cómo sabe tantas cosas?, ¿seguro que no es un hada?.
_No Daniel, solo tengo muchos, muchos años, y he vivido demasiado. Y ahora tengo que marcharme, pero antes quisiera hacerte un pequeño regalo.
_¿Cuál? _ dijo Daniel.
_Permíteme,contestó la señora_ Quisiera regalarte un beso, con el te doy las gracias por haber cuidado de mi caja. Y Daniel sonrió gustoso y le ofreció su mejilla, donde ella colocó un suave y cálido beso.Y Daniel sintió en el pecho una alegría , como sí una mariposa hubiese revoloteado dentro de él haciéndole cosquillas.
Así fue como se despidió de la extraña señora y desde entonces ya nunca dejó de dar y sobre todo de recibir besos.
FIN